viernes, 19 de septiembre de 2008

La Primatología Comparada

de http://www.uam.es/personal_pdi/psicologia/cgil/primatologia/



Los estudios con primates no humanos han sido importantes en la investigación biomédica porque son buenos modelos para los humanos en la anatomía, bioquímica, la fisiología, respuestas inmunológicas y la susceptibilidad a infecciones (King, 1988). Los primates han desempeñado un papel fundamental en el estudio de muchas enfermedades y en el desarrollo y producción de medicamentos como las píldoras anticonceptivas y la vacuna contra la poliomielitis (usando para ello más de 1,5 millones de monos asiáticos) y la hepatitis B. Hasta 1960 casi todos las investigaciones sobre arteriosclerosis se hacían sobre pollos, perros, ratones y cerdos, pero ahora los primates son los mejores sujetos de investigación sobre esta enfermedad. Muchas técnicas quirúrgicas tales como inserción de vasos sanguíneos, trasplantes de órganos, implantación de lentes intracorneales, programas de fertilización in vitro y otros relacionados con la fertilidad en espermatozoides y óvulos han sido previamente ensayadas con primates (King, 1988). El “rh” de los grupos sanguíneos proviene de la utilización de macacos rhesus en su estudio (Bramblett, 1984).

Los primates catarrinos o del Viejo Mundo comparten con el ser humano un desarrollo retrasado y prolongados periodos de crecimiento pre y postnatales. Básicamente difieren de los humanos en la magnitud de las diferencias. Estas similitudes en los patrones ontogénicos hacen que los primates sean buenos modelos para los estudios de crecimiento y desarrollo y contribuyen a entender los mecanismos neuroendocrinos y fisiológicos que controlan el desarrollo, el impacto de factores genéticos, ecológicos y psicosociales, la causalidad y tratamiento terapéutico de las anormalidades que afectan el crecimiento y desarrollo en niños, etc. (Watts, 1985). Dentro de los primates, determinadas especies han sido los modelos más utilizados en los estudios biomédicos. Los macacos rhesus (Macaca mulatta) y los macacos cola de cerdo (Macaca nemestrina) han sido preferentemente utilizados en los estudios sobre fisiología de la reproducción, fisiología del control del movimiento, neurofisiología, crecimiento y desarrollo y sistema inmunológico; los nocturnos monos lechuza (Aotus trivirgatus) en los estudios sobre ritmos circadianos; los titís de cabeza blanca (Saguinus oedipus) en los estudios sobre partos múltiples, cáncer de colon y síndrome de Epstein Barr, y los chimpancés (Pan troglodytes) en estudios sobre reproducción y enfermedades del sistema nervioso central, como el kuru.

Los primates también pueden ser buenos modelos para la reconstrucción de los orígenes y evolución de la humanidad. Por un lado, los paleoantropólogos buscan en los restos fósiles características que puedan aportar algo de información. Por otro lado, los paleoetólogos intentan reconstruir la evolución de la conducta de los homínidos. Dado que la conducta social no deja huella, estos estudios se basan en inferencias a partir de restos fósiles y arqueológicos, modelos basados en analogías y homologías con primates actuales y en modelos ecoetológicos (Loy y Peters, 1991, Veà, 1997). Por ejemplo, partiendo de un modelo análogo como es el “modelo papión”, podemos hacer inferencias de nuestra evolución en hábitats abiertos y cálidos, al igual que los actuales papiones de sabana, y deducir que los homínidos debían haber formado grupos grandes para evitar los riesgos de la predación. De igual forma, podemos proponer un modelo homólogo con nuestro pariente más cercano, el chimpancé, e inferir que los homínidos han debido formar grupos con un sistema social de fusión-fisión, con un sistema de apareamiento promiscuo y relaciones de pareja de corta duración (Fisher, 1994; Hinde, 1987). A partir de los estudios de la caza de chimpancés, Veà (1997) sugiere que la evolución de Homo habilis estuvo asociada a un incremento de las necesidades totales de energía, necesidades que fueron satisfechas con un cambio a una dieta con mayor cantidad de alimentos de origen animal.







La Primatología también aporta conocimientos para entender las adaptaciones de los seres humanos al medio ambiente. Mediante los estudios comparados sobre la relación existente entre distintas características como son el hábitat, la dieta, el tamaño corporal, el aparato digestivo y masticador, la locomoción, etc. de los primates no humanos podemos intentar comprender las características de la especie humana, es decir, la respuesta a la pregunta que autores como Jones y cols. (1992) y Leaky y Lewin (1994) se hacen sobre ¿qué es lo que nos hace humanos?. La mayoría de los primates y los humanos coinciden en otra adaptación: la socialidad. La vida en grupo, a pesar de tener sus desventajas (costes) y ventajas (beneficios), parece ser la mejor estrategia individual de los primates para optimizar su éxito reproductivo. Si las estrategias sociales son adaptaciones, aquellos factores que limiten el éxito reproductivo de los individuos deben ser las fuerzas selectivas limitantes en la evolución de las estrategias sociales. Estos factores son básicamente sobrevivir y reproducirse. Por ello en la Primatología ha surgido una importante rama de modelos y estudios ecoetológicos que tratan de relacionar factores sociales (interacciones, relaciones, estructuras, etc.) con factores ecológicos como son el hábitat, la distribución del alimento y la evitación de predadores (van Schaik, 1989 y 1996; Wrangham, 1980). Esta perspectiva funcionalista sostiene que las características de un grupo social son fruto de la selección natural actuando sobre un conjunto de estratos solapados que están moldeados y en continuo reajuste por los efectos directos del medio ambiente (Crook, 1970a y b; Crook y Gartlan, 1966; Crook y cols., 1976). Según los ecólogos de la conducta que trabajan con primates, las estrategias individuales de supervivencia y reproducción dependerán de innumerables factores ecológicos (distribución y cantidad de alimento, presión predadora, hábitat, etc.), factores sociales (número de individuos del grupo, rango de dominancia, alianzas) y factores organísmicos (sexo, edad, tamaño corporal, condición física, motivación, experiencia, etc.). Por ejemplo en primates, los modelos ecoetológicos de Wrangham (1980) y van Schaik (1989 y 1996) intentan predecir el tipo de relaciones sociales entre las hembras conociendo cómo se distribuye el alimento, el hábitat y la presión predadora.

Una de las características humanas más destacables es la variabilidad y complejidad del comportamiento. En gran medida, la conducta social depende de la comunicación del ser humano. El lenguaje es el reflejo de una serie de adaptaciones anatómicas en el cerebro y aparato fonador que permite utilizar símbolos, planear todos los aspectos relacionados con nuestra subsistencia, aprender las reglas que gobiernan las relaciones sociales y de emparejamiento, compartir y explotar los recursos, dividir las labores, la transmisión de la cultura y el arte, la propaganda y el engaño. ¿Hasta qué punto otros primates se aproximan a estos atributos humanos? Aunque los primates no humanos no tienen un lenguaje como el humano, cuarenta años de estudios con primates, especialmente con los póngidos, nos indican que tienen un repertorio conductual complejo que tiene que ser aprendido, que difiere entre las distintas poblaciones y que puede ser transmitido de generación en generación. Los chimpancés tienen capacidades cognitivas para realizar muchas de las cosas que pensábamos que eran exclusivas de los humanos (Byrne, 1995; Fouts, 1999; Sabater Pi, 1992). Por poner un ejemplo, Roger Fouts enseñó a la hembra de chimpancé Washoe a comunicarse mediante el lenguaje de signos ASL que utilizan los sordomudos americanos. Washoe aprendió a utilizar correctamente centenares de signos y enseñó a su hijo adoptivo el lenguaje de signos. Cuando vio por primera vez un pato (del que no había aprendido un signo concreto) comunicó su existencia mediante los signos “pájaro” de “agua”, indicando así su capacidad de crear un término nuevo (Fouts, 1999).

El estudio de los primates resulta de especial relevancia para la conservación de las selvas húmedas tropicales, uno de los hábitats terrestres más diversos y amenazados (se calcula que para el año 2020 la selva amazónica se habrá reducido en un 50%, y un 25% en el Congo). No debemos olvidar que cerca del 90% de las 250 especies de primates viven en estos ecosistemas, en los cuales desarrollan un importante papel como polinizadores y dispersadores de semillas. Como consecuencia de la progresiva degradación de los hábitats donde viven los primates, ellos están también amenazados. Para su conservación se han puesto en marcha convenciones, instituciones y organizaciones entre las que destacaría el CITES (Convention of Trade in Endangered Species of Wild Flora and Fauna), el “libro rojo” de la IUCN (International Union for Conservation of Nature and Natural Resources), Conservation International, Jane Goodall Institute, World Wildlife Fund (WWF - Adena en España), Dian Fossey Gorilla Fund, Bonobo Protection and Conservation Fund, Primate Conservation, Great Ape Proyect (Proyecto Gran Simio en España), etc. “Sólo si les comprendemos podremos cuidarlos. Sólo si los cuidamos podremos ayudarlos. Sólo si los ayudamos se salvarán” (Jane Goodall, 1993).

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