viernes, 19 de septiembre de 2008

Draco (Dragones)

Bien en esta entrada recupero uno de mis artículos que lo publiqué en 2005 en Ocio Joven. En esa época puedo decir sin tapujos que era uno de los monstruos míticos que más me despertaba mi admiración... bueno os dejo con mi articulo:


El dragón es uno de los seres fantásticos que más pasiones despierta. Caracterizado como una criatura de enorme poder, grande y fiera, es representante de la fuerza y de lo poderoso. La palabra que le da origen, "drakos", significa serpiente en griego antiguo, y en efecto, muchos dragones son una especie de gran serpiente (o mejor dicho, entre serpiente y lagarto) con cabeza, piel de escamas y cortas patas acabadas en garras... sin contar con las alas que poseen los ejemplares voladores.




A lo largo de la historia ha sido temido, pero a la vez en muchas culturas se le adoraba como a un dios. Así, es lógico que a lo largo de toda la mitología occidental el matador de dragones haya sido un personaje recurrente, un héroe que salvaba a su pueblo de los males que un dragón traía consigo.

Los dragones de Europa arrojaban fuego, envenenaban las aguas y raptaban doncellas (o esto era lo que se decía de ellos para que se les considerara un enemigo común con el que todos desearan acabar). Se les culpaba de plagas y de épocas de carestía de alimentos, ya que no sólo podían atacar físicamente, sino que dominaban los secretos de la magia con la que podían maldecir o hechizar sin que la gente lo notaran.
En Asia, en cambio, era creencia común que los dragones eran criaturas de inmenso poder, sí, pero generalmente utilizaban ese poder en beneficio de todos, por ejemplo proporcionándoles la lluvia y con ella la fertilidad de las tierras. Algunos llegaban a ser venerados como dioses y llegaba a darse el caso de que algunos nobles asiáticos afirmaran que sangre de dragón corría por sus venas y las de su familia.

Ya fueran europeos o asiáticos, todos los cronistas coinciden en afirmar que los dragones eran tan antiguos como el propio mundo, criaturas que surgieron de las mismas entrañas del Caos con el nacimiento de la Tierra y el Cielo. Su imagen cambia según las épocas y el lugar, pero suelen tener unas características generales en común: una bestia serpentina con una piel de escamas que actuaba como la mejor de las armaduras (de hecho, cada vez que un ejemplar era muerto, se entraba en la disputa de quién se quedaría con la piel para usarla como armadura o escudo impenetrables), y unas armas mortíferas como eran su aliento (ya fuera en forma de fuego o de aire helado), sus garras y su misma sangre, que resultaba un ácido muy potente al contacto humano. También se les relaciona con una vista sobrenaturalmente aguda, e incluso nos encontramos con relatos antiguos en los que la misma mirada del dragón era capaz de fulminar a sus adversarios.



Muchas veces encontramos figuras de dragones en los emblemas de distintos ejércitos. Era una creencia extendida la de que el animal que acompañaba en la batalla prestaba su fuerza a los hombres que luchaban en ella, y esta es sin duda la razón por la que esa imagen es tan común. Los soldados persas iban a la guerra llevando delante de sus ejércitos grandes figuras de dragones con las que pretendían espantar a sus enemigos. Los romanos ya pintaban dragones en sus estandartes y los guerreros de las tierras escandinavas, antiguamente tenían como costumbre adornar las proas de sus barcos -a los que llamaban drakar- con cabezas de dragones, que les prestarían su fuerza en caso de combate.

Sin embargo, a pesar de las buenas relaciones que con estos seres se daban en algunas tierras, sobre todo en Oriente, donde aún se celebran muchas fiestas con la exhibición de dragones, la realidad más extendida fue de una oposición entre la especie de los dragones y la humana. Los hombres que mataban a un dragón se convertían en héroes, incluso en santos, y los hombres olvidaron las ocasiones en las que los dragones habían estado de su lado. Asimismo, los dragones se volvieron más fieros y hubo enfrentamientos crueles... Dejaron de batallar conjuntamente, y al final los dragones acabaron convirtiéndose en lo que hoy son, un mito fantástico, una leyenda del pasado... Tal vez, inteligentes y sabios como habían sido siempre, fueron ellos mismos los que optaron por permanecer ocultos, por refugiarse en nuestro olvido, quizás hartos de que los hombres acabaran una y otra vez enzarzados en las mismas batallas de siempre, eternas, repetidas...

Y allí, relegados al mismo olvido que tantos otros seres mágicos, contactaron con esos otros seres: gnomos, hadas, poderosos magos a quienes, si lograban hacerse dignos de ellos y de su admiración, a veces servían... amazonas sin miedo que llegaron a cabalgar sobre su lomo, por los aires...

Y quién sabe, al fin y al cabo la voluntad de los dragones sólo les pertenece a ellos... quizá cualquier día nos sorprendamos viendo en el cielo una sombra demasiado grande para ser un águila...


Dragón Chino

No eran como los dragones occidentales sino que eran más pasivos y más humanos ya que la filosofía que desataban era de máxima convivencia entre las dos partes , la humana y la drako. En Occidente la relación que se había añadido en la reputación de los dragones y los humanos era el poder absoluto del dinero y la oposición al más débil.

En cambio en Asia el dragón en cambio, compartían el mundo con la humanidad de forma pacifica casi siempre al no ser que alguno de ellos hiciera una ruptura puntual de las dos partes . Se les veneraba como un dios y se les creía espíritus que traerían bondades o desgracias a la tierra, según el humor con que se levantaran. Todopoderosos, nadie podría hacer nada contra su furia si ésta se desataba... por lo que lo mejor era no despertarla. De todas formas, solían mostrarse benévolos con quienes no se olvidaban de rendirles pleitesía en su culto... y les bastaba un poco de atención para corresponder a su pueblo y alejar de él los malos espíritus (este es el objetivo, por ejemplo, de la ceremonia del dragón con la que en China se da la bienvenida al nuevo año).

Se entendía que los dragones se repartían el espacio según su función. Los dragones celestiales protegían los cielos y sostenían las mansiones de los dioses, evitando que se vinieran abajo. Por su cercanía a los dioses, eran de los pocos que tenían algo de influencia sobre ellos. Los dragones de los ríos determinaban el curso de los mismos, su caudal y sus desbordamientos, y guardaban sus orillas. Se suponía que estos dragones vivían en palacios sepultados bajo las aguas de su río. Los dragones del aire regulaban el tiempo, en sus paseos por el cielo gobernaban la lluvia, el viento, las nubes y las tormentas. Los chinos les temían porque se les sabía de mal genio, que desataban sin mesura de cuando en cuando, provocando grandes catástrofes naturales. Los dragones de la tierra eran los habitantes de los subterráneos y se refugiaban en cavernas profundas, desde donde se cuenta que custodiaban grandes tesoros que acumulaban desde el principio de los tiempos.

En Asia se consideraba al dragón (lung) como el principal de los cuatro mágicos animales espirituales. Compartía la condición de animal sagrado con el fénix, la tortuga y el unicornio, pero fue el dragón el que mayor popularidad alcanzó. De hecho, los emperadores estaban íntimamente asociados con los dragones, su trono era El Trono del Dragón, su rostro, El Rostro del Dragón. Los tronos se hacían realmente con forma de dragón, así como su cama y su barco. De los emperadores más poderosos se creyó que por sus venas corría sangre de dragón y que tenía algunos de estos majestuosos seres a su servicio. Cuando el emperador moría se decía que había subido al cielo sobre un dragón, y las representaciones de los dragones imperiales se distinguían porque éste era el único dragón que contaba con cinco garras (cuatro garras correspondían a un dragón normal y tan sólo tres a una variedad japonesa).
Una leyenda sobre el origen del hombre los emparenta con los dragones. La antigua diosa Nü Kua, mitad dragona mitad mortal, sería su creadora, y al principio sus descendientes tendrían la facultad de cambiar libremente de la forma humana a la forma dragonil. Sin embargo esta facultad se fue perdiendo poco a poco y las transformaciones fueron cada vez más raras hasta llegar a desaparecer, quedando así separados formalmente las dos especies... aunque ambas conservarían el recuerdo en su sangre de la especie a la que un día pertenecieron. Por ello, se entendía que los emperadores eran los descendientes más directos de esta primera generación de hombres, y por eso conservaban en su sangre el rastro más claro de la sangre del dragón.

La Primatología Comparada

de http://www.uam.es/personal_pdi/psicologia/cgil/primatologia/



Los estudios con primates no humanos han sido importantes en la investigación biomédica porque son buenos modelos para los humanos en la anatomía, bioquímica, la fisiología, respuestas inmunológicas y la susceptibilidad a infecciones (King, 1988). Los primates han desempeñado un papel fundamental en el estudio de muchas enfermedades y en el desarrollo y producción de medicamentos como las píldoras anticonceptivas y la vacuna contra la poliomielitis (usando para ello más de 1,5 millones de monos asiáticos) y la hepatitis B. Hasta 1960 casi todos las investigaciones sobre arteriosclerosis se hacían sobre pollos, perros, ratones y cerdos, pero ahora los primates son los mejores sujetos de investigación sobre esta enfermedad. Muchas técnicas quirúrgicas tales como inserción de vasos sanguíneos, trasplantes de órganos, implantación de lentes intracorneales, programas de fertilización in vitro y otros relacionados con la fertilidad en espermatozoides y óvulos han sido previamente ensayadas con primates (King, 1988). El “rh” de los grupos sanguíneos proviene de la utilización de macacos rhesus en su estudio (Bramblett, 1984).

Los primates catarrinos o del Viejo Mundo comparten con el ser humano un desarrollo retrasado y prolongados periodos de crecimiento pre y postnatales. Básicamente difieren de los humanos en la magnitud de las diferencias. Estas similitudes en los patrones ontogénicos hacen que los primates sean buenos modelos para los estudios de crecimiento y desarrollo y contribuyen a entender los mecanismos neuroendocrinos y fisiológicos que controlan el desarrollo, el impacto de factores genéticos, ecológicos y psicosociales, la causalidad y tratamiento terapéutico de las anormalidades que afectan el crecimiento y desarrollo en niños, etc. (Watts, 1985). Dentro de los primates, determinadas especies han sido los modelos más utilizados en los estudios biomédicos. Los macacos rhesus (Macaca mulatta) y los macacos cola de cerdo (Macaca nemestrina) han sido preferentemente utilizados en los estudios sobre fisiología de la reproducción, fisiología del control del movimiento, neurofisiología, crecimiento y desarrollo y sistema inmunológico; los nocturnos monos lechuza (Aotus trivirgatus) en los estudios sobre ritmos circadianos; los titís de cabeza blanca (Saguinus oedipus) en los estudios sobre partos múltiples, cáncer de colon y síndrome de Epstein Barr, y los chimpancés (Pan troglodytes) en estudios sobre reproducción y enfermedades del sistema nervioso central, como el kuru.

Los primates también pueden ser buenos modelos para la reconstrucción de los orígenes y evolución de la humanidad. Por un lado, los paleoantropólogos buscan en los restos fósiles características que puedan aportar algo de información. Por otro lado, los paleoetólogos intentan reconstruir la evolución de la conducta de los homínidos. Dado que la conducta social no deja huella, estos estudios se basan en inferencias a partir de restos fósiles y arqueológicos, modelos basados en analogías y homologías con primates actuales y en modelos ecoetológicos (Loy y Peters, 1991, Veà, 1997). Por ejemplo, partiendo de un modelo análogo como es el “modelo papión”, podemos hacer inferencias de nuestra evolución en hábitats abiertos y cálidos, al igual que los actuales papiones de sabana, y deducir que los homínidos debían haber formado grupos grandes para evitar los riesgos de la predación. De igual forma, podemos proponer un modelo homólogo con nuestro pariente más cercano, el chimpancé, e inferir que los homínidos han debido formar grupos con un sistema social de fusión-fisión, con un sistema de apareamiento promiscuo y relaciones de pareja de corta duración (Fisher, 1994; Hinde, 1987). A partir de los estudios de la caza de chimpancés, Veà (1997) sugiere que la evolución de Homo habilis estuvo asociada a un incremento de las necesidades totales de energía, necesidades que fueron satisfechas con un cambio a una dieta con mayor cantidad de alimentos de origen animal.







La Primatología también aporta conocimientos para entender las adaptaciones de los seres humanos al medio ambiente. Mediante los estudios comparados sobre la relación existente entre distintas características como son el hábitat, la dieta, el tamaño corporal, el aparato digestivo y masticador, la locomoción, etc. de los primates no humanos podemos intentar comprender las características de la especie humana, es decir, la respuesta a la pregunta que autores como Jones y cols. (1992) y Leaky y Lewin (1994) se hacen sobre ¿qué es lo que nos hace humanos?. La mayoría de los primates y los humanos coinciden en otra adaptación: la socialidad. La vida en grupo, a pesar de tener sus desventajas (costes) y ventajas (beneficios), parece ser la mejor estrategia individual de los primates para optimizar su éxito reproductivo. Si las estrategias sociales son adaptaciones, aquellos factores que limiten el éxito reproductivo de los individuos deben ser las fuerzas selectivas limitantes en la evolución de las estrategias sociales. Estos factores son básicamente sobrevivir y reproducirse. Por ello en la Primatología ha surgido una importante rama de modelos y estudios ecoetológicos que tratan de relacionar factores sociales (interacciones, relaciones, estructuras, etc.) con factores ecológicos como son el hábitat, la distribución del alimento y la evitación de predadores (van Schaik, 1989 y 1996; Wrangham, 1980). Esta perspectiva funcionalista sostiene que las características de un grupo social son fruto de la selección natural actuando sobre un conjunto de estratos solapados que están moldeados y en continuo reajuste por los efectos directos del medio ambiente (Crook, 1970a y b; Crook y Gartlan, 1966; Crook y cols., 1976). Según los ecólogos de la conducta que trabajan con primates, las estrategias individuales de supervivencia y reproducción dependerán de innumerables factores ecológicos (distribución y cantidad de alimento, presión predadora, hábitat, etc.), factores sociales (número de individuos del grupo, rango de dominancia, alianzas) y factores organísmicos (sexo, edad, tamaño corporal, condición física, motivación, experiencia, etc.). Por ejemplo en primates, los modelos ecoetológicos de Wrangham (1980) y van Schaik (1989 y 1996) intentan predecir el tipo de relaciones sociales entre las hembras conociendo cómo se distribuye el alimento, el hábitat y la presión predadora.

Una de las características humanas más destacables es la variabilidad y complejidad del comportamiento. En gran medida, la conducta social depende de la comunicación del ser humano. El lenguaje es el reflejo de una serie de adaptaciones anatómicas en el cerebro y aparato fonador que permite utilizar símbolos, planear todos los aspectos relacionados con nuestra subsistencia, aprender las reglas que gobiernan las relaciones sociales y de emparejamiento, compartir y explotar los recursos, dividir las labores, la transmisión de la cultura y el arte, la propaganda y el engaño. ¿Hasta qué punto otros primates se aproximan a estos atributos humanos? Aunque los primates no humanos no tienen un lenguaje como el humano, cuarenta años de estudios con primates, especialmente con los póngidos, nos indican que tienen un repertorio conductual complejo que tiene que ser aprendido, que difiere entre las distintas poblaciones y que puede ser transmitido de generación en generación. Los chimpancés tienen capacidades cognitivas para realizar muchas de las cosas que pensábamos que eran exclusivas de los humanos (Byrne, 1995; Fouts, 1999; Sabater Pi, 1992). Por poner un ejemplo, Roger Fouts enseñó a la hembra de chimpancé Washoe a comunicarse mediante el lenguaje de signos ASL que utilizan los sordomudos americanos. Washoe aprendió a utilizar correctamente centenares de signos y enseñó a su hijo adoptivo el lenguaje de signos. Cuando vio por primera vez un pato (del que no había aprendido un signo concreto) comunicó su existencia mediante los signos “pájaro” de “agua”, indicando así su capacidad de crear un término nuevo (Fouts, 1999).

El estudio de los primates resulta de especial relevancia para la conservación de las selvas húmedas tropicales, uno de los hábitats terrestres más diversos y amenazados (se calcula que para el año 2020 la selva amazónica se habrá reducido en un 50%, y un 25% en el Congo). No debemos olvidar que cerca del 90% de las 250 especies de primates viven en estos ecosistemas, en los cuales desarrollan un importante papel como polinizadores y dispersadores de semillas. Como consecuencia de la progresiva degradación de los hábitats donde viven los primates, ellos están también amenazados. Para su conservación se han puesto en marcha convenciones, instituciones y organizaciones entre las que destacaría el CITES (Convention of Trade in Endangered Species of Wild Flora and Fauna), el “libro rojo” de la IUCN (International Union for Conservation of Nature and Natural Resources), Conservation International, Jane Goodall Institute, World Wildlife Fund (WWF - Adena en España), Dian Fossey Gorilla Fund, Bonobo Protection and Conservation Fund, Primate Conservation, Great Ape Proyect (Proyecto Gran Simio en España), etc. “Sólo si les comprendemos podremos cuidarlos. Sólo si los cuidamos podremos ayudarlos. Sólo si los ayudamos se salvarán” (Jane Goodall, 1993).

miércoles, 17 de septiembre de 2008

250 AÑOS EN EL OLVIDO

El articulo fue originalmente publicado en la revista clio del mayo del 2008, pág. 110.
Nombre original del artículo ROBESPIERRE. 250 AÑOS EN EL OLVIDO de Laura Manzanera.






El 6 de mayo se cumplen 250 años del nacimiento de Robespierre, que llevó la revolución hasta sus últimas consecuencias y lo pagó con su vida. Fue un héroe para algunos y un verdugo para muchos. Hoy ninguna estatua lo recuerda en París.

En cierta ocasión, Salvador Dalí aseguró ser como Robespierre, quien en un día, al ver a unas personas correr, las imitó hasta que le preguntaron por qué lo hacía. Reconoció entonces que, aunque ignoraba la razón, “debía estar siempre a la cabeza de todo”. El francés ansiaba destacar, y lo logró. Tal vez su nombre de pila, Maximilien, vaticinase su capacidad de liderazgo, que lo convirtió en el máximo dirigente de su país.
En otro tiempo, su origen burgués le habría impedido alcanzar tal poder, pero los vientos revolucionarios facilitaban el “hombre hecho a sí mismo”. Además, Robespierre tenía experiencia en superarse. Era huérfano de madre y su padre lo abandonó, lo que seguramente lo hizo más responsable. Acaso fue la penuria económica la que inspiró su compasión por los desfavorecidos. Pudo estudiar gracias a una beca, y fue un niño pobre en un colegio de ricos, donde hubo de dar un discurso de bienvenida a Luis XVI y María Antonieta. ¡Él, que acabaría siendo el responsable del trágico final de la pareja!
Su esfuerzo se vio recompensado; estudió Derecho y ejerció de abogado. Pronto destacó por su oratoria, que adiestró en las animadas tertulias del café Procope[1].

UN REVOLUCIONARIO CON AIRE ARISTOCRÁTICO

Era delgado, de frente despejada, cabellera ondulada y nariz achatada, y su aspecto era a menudo motivo de mofa. Considerado por muchos un pedante, fue muy criticado. Era elocuente, pero aburrido, poco espontáneo. Su mayor fuerza radicaba en que creía todo cuanto decía.
Su decisión de vivir en casa de unos artesanos, alejada de la mayoría de los revolucionarios, lo define como honesto. Pero, a pesar de que su estilo de vida era mucho más espartano que el de sus correligionarios, Maximilien intercaló entre nombre y apellido el de que escondía sus orígenes con un aureola de falsa aristocracia.
Comulgó con la idea de la igualdad de derechos –a él se debe la máxima “Libertad, igualdad, fraternidad”– y se empeñó en ser un ciudadano más, pero no quiso claudicar ante la moda revolucionaria. Nunca llevó pantalones, ni pelo largo, ni gorro frigio. Prefirió encasquetarse una peluca empolvada y lucir pañuelo al cuello, casaca, chaleco, calzón oscuro, medias claras y zapatos con hebilla de plata.
Al margen de su distinguido atuendo, se ganó el sobrenombre de Incorruptible. Pero de incorruptible pasaría a ser innombrable, pues su figura sufrió algo parecido a lo que los antiguos romanos llamaban damnatio memoriae (“condena de la memoria”), que suponía borrar de un plumazo el recuerdo de algún emperador no grato.

“EL TERROR SOY YO”

Convencido de que la soberanía residía en el pueblo, tomó las riendas de la Revolución. Fue el primer en defender el derecho a existir, algo que hoy nos parece una verdad de Perogrullo. Enemigo de la pena de muerte (¡ironía de destino!, se calcula que durante su reinado del terror fueron ejecutadas unas 42.000 personas), estaba también en contra de la esclavitud y de la guerra. Al no poder imponer la unidad revolucionaria, aplicó purgas a diestro y siniestro. De ser visto como un demócrata, el nuevo dueño de Francia fue tildado de dictador, un terrorista de Estado capaz de conducir al cadalso incluso a sus amigos. Si el todopoderoso Luís XIV había pronunciado aquello de “El Estado soy yo”, Robespierre bien podría haber dicho “El terror soy yo”.
Llegó a lo más alto y por eso su caída fue más dura. Fue uno de los hijos de la Revolución que ésta devoró. Consciente de haber perdido el apoyo popular, intentó suicidarse de un tiro, pero sólo consiguió fracturarse una mandíbula. Nada ni nadie pudo salvarlo de la guillotina a la que tanto había hecho trabajar. Su fama no pudo sobrevivir al caos.
A pesar del mal sabor de boca que había dejado, meses después de su muerte, más de uno susurraría: “Al menos, con Robespierre había pan”. Para muchos, fue el primer gobernante socialista; para otros, el primer dictador moderno, un auténtico monstruo. Ninguna estatua lo recuerda hoy en París. Solo ha existido un Robespierre, pues fue uno de esos personajes irrepetibles y, por tanto, inimitables, como lo fue Dalí.


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[1] El Procope es uno de los más famosos y antiguos bares-restaurante de París. Situado en el 6º distrito, en la rue de l'Ancienne-Comédie, 12. Es una cafetería de artistas e intelectuales que Voltaire, Diderot y d'Alembert frecuentaban.